Crítica de The Chaser (2008), dirigida por el surcoreano Na Hong-jin.
Una investigación policial de libro; un expolicía descreído de libro; una niña desamparada hija de una de las víctimas de libro; un psicópata de libro; una persecución de libro. Una película de manual de género, que en otras manos no dejaría de ser una bostezante más de las vistas mil veces, y que, contra pronóstico (bueno, no tanto. Ya señalamos que los reductos del cine moderno están en Corea del Sur y Argentina), el debut cinematográfico de 2008 del director surcoreano Na Hong-jin se configura como una cinta deslumbrante, tremendamente hipnótica y desarrollada con un estilo, ambientación y saber hacer más que notable.
Mucho tiene que ver la forma no-americana de rodar las cosas (aquellos compraron los derechos e hicieron un remake, adivinen cómo) o, lo que es lo mismo, la capacidad para que la película respire verdad. Se suda, se sufre, se fuma y transpira el dolor. La máxima prueba está en la manera de rodar la violencia. Efectos mínimos, música y sonidos secos, golpes con consecuencia, no impunes, con cansancio, con desolación, con derrota.

Luego está la mano para buscar recursos visuales y narrativos del director, casi todo aciertos frutos de la pasión del que comienza. Es el poder de las formas, el cómo andar el camino para llegar a un buen fin. Esa forma de rodar la lluvia (marca de agua de lo asiático. Cómo recuerda a la gran ‘Memories of Murder’, al martillo de ‘Old Boy’, a las acaloradas reuniones masivas de policías de ‘Infierno del odio’); esos espacios íntimos donde la violencia se recrudece; ahogar el llanto infantil en la insonoridad del interior de un coche; las callejuelas de Seúl y su iluminación nocturna; el manejo de los actores con interpretaciones de quitar el hipo… Todo consigue atraparte y hacer que camines cada vez más cerca de los personajes, trotes y al final corras tras el culpable.
Una deliciosa película con ritmo, ambientación, estilo e hipnotismo asiático que consigue convertir una trama manida hasta la extenuación en una deliciosa y preciosa reconversión, como resurgida de su inicialmente vulgar crisálida. Un manual de thriller con encuadernación de piel y hojas de la máxima calidad imaginable. Una cinta tan oscura como luminosa.
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