Conseguir una atmósfera de acogedora intimidad hoy en día, en la vida y en el arte en general, no es tarea fácil. Bien, pues en este tomo de historias cortas y espacios pequeños no sólo se está calentito, sino que puedes hasta oler los guisos, el incienso y la salsa de soja. Si consiguen terminar sus sabrosas páginas sin levantarse varias veces en dirección a la cocina deberían ponerse una medalla a la voluntariedad.
Es cierto, son los intimistas ‘Cuentos de Tokio’ de Ozu; son también los geniales ‘Paseos del gourmet solitario’ de Taniguchi; el ‘Chungking Express’ de Wong Kar-Wai, pero la diferencia es que nada aquí es mero condimento. El maridaje con la gastronomía es más profundo y sirve de excusa para presentar historias humanas tan variadas como la inexistente carta del local nocturno. La premisa es genial: sólo se puede pedir apenas un caldo caliente de cerdo y algunas bebidas espirituosas, pero nadie hace caso, todo el mundo pide lo que quiere. Y lo pide según su estado de ánimo, su momento personal y sentimental. Así, con cada plato se esparce y derrite la personalidad como en una fondue de emociones.
Astiberri acaba de publicar este primer tomo de delicioso estilo, a lo Ukiyo-e expresionista, y que ha tenido tanto éxito en Japón que ya se han estrenado dos películas basadas en sus historias y una serie para Netflix con el título de Midnight Diner: Tokyo Stories (Must, must, must).
Dividido en noches y horas de la madrugada, van desfilando por su barra todo un menú de personajes nocturnos, sonámbulos inconscientes de sentimientos. Historias pequeñas, servidas en artesanales cuencos menudos, pero todas con su propio sabor inolvidable. Y hay para todos los gustos: dulces, amargas, saladas, ácidas… Hay postres de desilusión y melancolía, pero también chupitos de entrañable esperanza. Toda una sobremesa de cálida madrugada oriental en un pequeño local de barrio. Deliciosos ‘sinsabores’ de vida.