O en otras palabras: ¿por qué The Office se considera una de las mejores series de comedia?
Hay opciones culturales que parecen especialmente hechas para la ocasión. Hay momentos y estados de ánimo en los que apetece perderse por El Prado, ponerse una película en blanco y negro, leer poesía (bueno, esto no), escuchar cierto tipo de música… Sí, este último es el ejemplo más claro. Es como elegir entre listas de reproducción, va con ‘la onda’ del momento. Hay días de heavy metal y días de jazz, rock duro y cantautor (bueno, esto tampoco).
El caso es que, en estos tiempos pandémicos y depresivos ante el porvenir, hay formas de entretenimiento casi pintiparadas. Una de ellas es reengancharse o redescubrir la serie ‘The Office’. Su casuística es de lo más peculiar: partió de una idea original homónima y británica, de la que surgió la figura de Ricky Gervais, y se hizo su traslación a la cultura norteamericana para la que parecía especialmente diseñada (su doble moral, su hipocresía, su reduccionismo comercial… debe ser el único caso en que la adaptación/remake es hasta mejor que la idea primigenia).
Vino a ser una cosa pequeña, casi familiar (guionistas y productores son gente del mismo reparto), de humor seco poco concebido para grandes masas (cámara en mano a lo falso documental y sin risas enlatadas) y que, sin embargo, desde aquella primera emisión en 2005, fue adquiriendo difusión y reconocimiento a base del ‘boca a oreja’, incorporando directores y cameos de renombre, convirtiéndose en una de las mejores series cómicas de la historia y referencia absoluta para el entretenimiento de evasión.
Puntos a tener en cuenta para hacer de ‘The Office’ un magnífico antiviral anímico:
1- Es todo un manual de psicología social. El desarrollo de los personajes es su gran baza, explorando todas las opciones morales con afilada ironía. Imposible no empatizar, no identificarse o no generar debate ante las miserias humanas plasmadas en pantalla de una manera tan genial.
2- Crea un microclima muy entrañable y casi familiar. Viéndola se está calentito (se rodó en una oficina de verdad). Es como ver un terrario de hormigas en tu habitación con moqueta. El punto de vista voyeur hace además que tomes cariño inevitablemente a los personajes desde la distancia propia del niño que pone nombre a sus gusanos de seda en una caja de zapatos.

3- La inédita falta de altibajos. El nivel no decae en absoluto temporada tras temporada (nueve en total. Mucho mérito) y se mantiene estupendamente pese a los drásticos cambios argumentales. Cada temporada regala momentos míticos de gran sorpresa con episodios en los que los giros de guion son medidamente drásticos, creíbles, muy asombrosos y sin perder la cabeza o la personalidad en ningún momento. Apenas hay precedentes similares en una serie de su longevidad.
4- Las interpretaciones son maravillosas, con miradas a cámara como gran baza cómica. El punto de vista de falso documental hace que las muecas al espectador sean justificadas y funcionen maravillosamente en plena interacción con él. Sucede a menudo en el cine: la calidad de las interpretaciones es proporcionalmente directa al desarrollo psicológico de los personajes. Cuanto más clara queda la forma de ser del personaje, más lo interioriza el actor y más se transmite en pantalla.
5- El tono cómico. Hay gente a la que le cuesta adaptarse a su humor seco de falso documental, como acostumbrarse a leer subtítulos pero, una vez que entras por esa puerta, no querrás salir. Engancha de tal manera que no querrás volver a ver risas enlatadas nunca más. Cuando pruebas el humor sin cortar, de pureza mayor al 80%, no vuelves a probar medianías. Nunca más chocolate con leche.

En resumen, la vacuna definitiva para el ánimo de estos días. Sorprendente, ácida, irónica, entrañable, afilada, empática… genial. Ahora que la naturaleza humana se ve desnuda ante los acontecimientos, no hay nada como cubrirse con una hoja de parra hecha a base de nuestras propias miserias.
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