Después de vivir en París, uno queda incapacitado para vivir en cualquier sitio, incluido París – John Ashbery
Ya lo dije en la anterior reseña que publiqué de Vila-Matas (Aire de Dylan), que no entendía por qué había tardado tanto tiempo en descubrir a este autor. Y en menos de cuatro meses he leído tres novelas suyas para confirmar que, efectivamente, Vila-Matas es uno de mis escritores favoritos. Hoy me apetecía traeros una especie de reseña de París no se acaba nunca, una de mis últimas lecturas. Sin embargo, no es exactamente una reseña literaria sino una reflexión personal, mi manera de alabar este libro que me ha resultado una fuente de inspiración extraordinaria.
Vila-Matas conmigo lo tenía muy fácil con esta novela: París, mi ciudad europea favorita. En este caso, el autor hace un recorrido de su época de juventud en la capital francesa, cuando la ciudad se entendía como el nacimiento de grandes escritores. El París bohemio, los cafés literarios, las fiestas clandestinas de escritores populares. Qué época tan maravillosa debía ser.
Pues el autor, desde su exquisito tono irónico y humorístico, comparte anécdotas de sus días en París. Desde luego, no tan fructíferos como los de su ídolo Hemingway, pero podemos confirmar que fue una grata experiencia para Vila-Matas. Aunque quizás en su momento no lo llevó a ningún sitio o así fue su sensación final, solo hay que ver su recorrido a día de hoy para entender que valió la pena. Este repaso por el París más bohemio ha sido magnífico, sobre todo desde el punto de vista de escritor wannabe: no es como la novela París era una fiesta, no, sino que se trata de un intento de encajar en esta sociedad burbujeante por parte de Vila-Matas, y el resultado es algo cómico, irónico, y a la vez triste y esperanzador.
Como decía al principio, París es mi ciudad favorita y quizás por este motivo no puedo ser del todo objetiva con esta obra. Pero de eso se trata, entiendo. París fue la primera ciudad que visité en solitario, donde experimenté por primera vez el evento de irme a tomar un café sola. Fue un viaje corto pero muy rico en cultura y arte, y no he dudado en volver todas las veces que me ha surgido la oportunidad (incluso estuve viviendo durante un mes largo). Poder leer una novela que recorre las calles, los cafés y los bares de París ha despertado en mí cierta melancolía y una urgencia de volver a la ciudad por sexta vez. Sin duda, he tenido una conexión especial con esta novela: si los acontecimientos hubieran tenido lugar en otra ciudad como Berlín, Viena o Roma, el efecto hubiera sido muy distinto. Reconozco que ha sido muy personal e íntimo.
Y no solo me ha encantado la novela como tal, esta trama sobre un joven Vila-Matas en búsqueda de su primera historia: es que el autor ha despertado en mí mis ganas de volver a escribir. La inspiración no es algo que se logre fácilmente en una mente como la mía pero París no se acaba nunca me ha dicho, de algún modo, que yo también tengo historias que contar y que puedo hacerlo desde un tono menos serio de lo que realmente fueron. Sin la necesidad de contar tantos dramas o bien convertir los estos en cómicas anécdotas. ¡Pero qué nivel de técnica literaria se requiere para conseguir esto y no caer en la banalidad! Ya asumo desde el principio que nunca dominaré la escritura como Vila-Matas pero quizás me sale algo más o menos similar a La asesina ilustrada, su primera novela que ahora critica desde el cariño y el recuerdo más profundo.
Ya os había adelantado que más que una reseña de París no se acaba nunca era una excusa para alabar al autor y compartir lo que me ha hecho sentir. Puede que otros lectores no conecten tanto con esta novela pero para mí, sin duda, es de lo mejor que leído en años. Pero igualmente, no dudéis en leerla: vais a sentir las calles y el cielo de París como si estuvierais allí, a la vez que aprendéis de su pasado literario de una forma mucho más enriquecedora que una guía de viajes o un libro de historia os pueda contar.
Para finalizar esta reseña de París no se acaba nunca, os dejo con un par de citas sacadas de esta gran novela sobre la capital francesa:
<<Me gusta tanto lo que hay en París que la ciudad no se me acaba nunca. Me gusta mucho París porque no tiene catedrales ni casas de Gaudí>>
<<Al otro lado de la balanza, encontramos París. Esa ciudad, tal vez porque no se acaba nunca y porque, además, es maravillosa, puede con todo, puede con todas las causas que el hombre encuentra para ser infeliz. Pero si, además, uno en París es joven como lo era yo en aquellos días y en realidad aún no ha detectado las verdaderas y esenciales razones que puede haber para la desesperación, no se entiende que yo me sintiera tan infeliz. ¿Qué hacía, Dios mío, desesperado en París? No podía ser más imbécil.
Doy vueltas a esto y me acuerdo de este apunte de Cioran: <<París: ciudad en la que podría haber ciertas personas interesantes a las que ver, pero en la que se ve a cualquiera menos a ellas. Te crucifican los fastidiosos>>.
Y me digo que cuando viví en París nunca distinguí entre personas interesantes y fastidiosas, muy probablemente porque yo, con mi estúpida desesperación a cuestas, pertenecía al numeroso grupo de las fastidiosas.>>
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