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Crítica de THE DREAMERS, la intoxicación del cine

Hace poco vi la película presentada por Slavoj Zizek, Guía de cine para pervertidos. En este post podéis leer con más detalle la crítica y las reflexiones, pero el resumen, como bien dice el filósofo, sería su afirmación que dice “el cine es el arte más perverso que existe, porque no nos dice qué desear sino cómo hacerlo.” Desde una perspectiva freudiana, Zizek analiza los clásicos del cine, en los cuales se refleja la conducta humana de la forma más pura, poniendo sobre la mesa el plato del inconsciente y los deseos más perversos.

Entonces recordé la película The Dreamers, de Bernardo Bertolucci. La vi hace tiempo y me dejó muy impresionada; después de unos años, decidí verla otra vez animada por la filosofía de Zizek y con la convicción de que encontraría un significado más profunda en la película. Por este motivo, hoy os traigo una especie de crítica de The Dreamers (o quizás sería mejor tacharlo de reflexión).

París, 1968. Theo (Louis Garrell) e Isabella (Eva Green) son mellizos y conocen a un joven norteamericano Matthew (Michael Pitt), con quien tienen muchos intereses en común, durante la protesta por la destitución de Langlois en la cinemateca, desencadenada por una lucha de poderes. The Dreamers la contextualizamos dentro de los sucesos de Mayo de 68, en los cuales los estudiantes de París iniciaron una serie de protestas en contra de la sociedad del consumo y el capitalismo.

Crítica de The Dreamers

Sin embargo, The Dreamers no es para nada una película histórica. Tampoco trata sobre tres adolescentes influenciados por el movimiento hippie que deciden vivir por sus propias normas en una sociedad capitalista: así fue mi primera lectura cuando vi la película. La realidad es que The Dreamers tiene una capa mucho más profunda, en la cual el cine es el elemento más importante. El resultado de mezclar el séptimo arte, la juventud bohemia de París y las protestas del 68 es una obra escapista en la que los protagonistas viven en una realidad flotante.

Isabelle y Theo viven la vida de las grandes pantallas y siempre están en constante actuación. Se han intoxicado tanto del cine que ahora recrear lo que ven en las películas es su vida y no saben diferenciarlo de la realidad. Y como bien dice nuestro amigo Zizek, las películas son el reflejo perfecto de la mente humana, ese choque entre el deseo y la realidad. Parece que esta filosofía también ha calado fuerte en Isabelle y Theo, quien no dudan en exponer con total normalidad su forma de ser más sádica y perversa, reflejada a través de su relación de incesto y sus juegos pervertidos. Han interiorizado lo que han visto en el cine, que no se ha cortado en mostrar este placer privado y vicioso, y los mellizos ya ni se cuestionan su propia ética y moralidad.

crítica the dreamers

No hay nada malo en arrimarse un poco a la fantasía del cine y recrear, por ejemplo, la escena del Louvre de Bande à Part o bien jugar a adivinar la película. Pero Isabelle y Theo van más allá… ya no son solo unos grandes cinéfilos, sino que el cine para ellos es una droga que ha diluido la barrera entre realidad y ficción. 

Luego está la figura de Matthew: también un gran soñador, incluso más que el propio Theo. Siempre ve referencias cinematográficas por todos lados y su afición preferida es hablar horas y horas de películas. Sin embargo, en un principio Matthew sabe distinguir la realidad de la ficción y se asusta cuando descubre la relación entre Isabelle y Theo. Es la voz de la razón y en el fondo sabe que son unos monstruos, pero también es fácil contaminarse y volverse adicto a la droga del cine cuando vives con dos yonkis y no te relacionas con nadie más. Su nueva realidad es esta y decide vivirla.

Matthew, en parte conducido por el amor de Isabelle, normalizará la situación y se entregará a los juegos perversos de los mellizos. Otro infectado causado por el amor incondicional. 

Bernardo Bertolucci crea una película escapista a través de los estudiantes de París que no se conforman con la sociedad consumista y autoritaria que se está alzando, y huyen de esta a través del cine. Pretenden cambiar el mundo a través de las protestas, sí, pero para sobrevivir cada día lo hacen a través de la interpretación y los sueños creados por las grandes películas. 

The Dreamers, el reflejo de una juventud luchadora pero también imprudente y no tan inteligentes como se creen los propios protagonistas, en especial Theo e Isabelle: son jóvenes cultos, que se han visto todas las películas y leído muchos libros de filosofía y pueden discutir sobre un tema durante horas; sin embargo, viven atrapados en sus sueños y se olvidan de su propio ser.

El único momento en el que se produce un choque de realidad es cuando Isabelle descubre que sus padres saben de su relación con Theo. Sin embargo, su vía de escape para paliar el dolor es cometer un suicidio colectivo para cumplir, una vez más, con una escena concreta del cine (que, por suerte, termina mal).

¿Hasta qué punto es prudente? ¿Hasta qué punto es aceptable? Nunca viven, siempre actúan y recrean. Se ha idealizado mucho el estilo de vida y la forma de pensar rebelde e inmoral de Isabelle, Theo y Matthew, y aunque hay un lado auténtico a todo esto, hay una adicción que los descarrila de lo sano.

Hay otro choque de realidad que nos lleva ya al final de la película, en el que Matthew se separa de Isabelle y Theo por pensar diferente a ellos frente a la actuación policial. Quizás por un tema cultural, ya que Matthew insiste varias veces en las diferencias entre americanos y franceses, pero el joven afronta la protesta de un modo más pacífico y menos violento. Se ha roto el mundo de fantasía que los tres habían construido juntos: han dejado el edificio, salido a la calle con el resto de gente y cada uno actúa como siente. Dejan las películas y de montarse historias, y vuelven a la realidad común, la que comparten con la sociedad y los otros estudiantes.

crítica the dreamers

En fin, para terminar esta crítica de The Dreamers, solo mencionar en general el gran trabajo de Bertolucci, que nos trajo una película sin ningún tipo de filtro, en la que prima la naturalidad y a la vez, lo artificial y lo interpretado. Una fotografía excelente, un viaje por el cine clásico y la historia de París, y un homenaje al séptimo arte con consecuencias si más no extraordinarias. Y qué privilegio haber descubierto a la magnífica Eva Green gracias a su papel de Isabelle, una de mis actrices favoritas sin ninguna duda.

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