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Reseña de «La montaña mágica» de Thomas Mann.

En la cima de la lentitud: mi viaje por La montaña mágica.

Mi pasión por los libros siempre ha estado presente, pero al contrario de lo que mucha gente puede pensar, pasó de afición a adicción hace unos seis años. Desde 2017-2018, más o menos. Entonces pasé de leer mis seis, siete libros al año, a duplicar la cifra, para luego estabilizarse en unos 30-40 libros al año. A excepción de 2022, que conseguí un récord personal que soy consciente de que no va a repetirse más, con un total de 65 libros leídos.

El caso es que, durante este tiempo de redescubrir la literatura, también pasé de leer las novelas que todo el mundo ha leído, como La sombra del viento y Los hombres que no amaban a las mujeres, a descubrir el mundo del Nobel. Era perfecto, como persona obsesionada con las listas, tenía la oportunidad de hacer una to-read list de títulos pendientes, pero no solo eso, sino que ya me consideré yo misma una lectora de alto nivel, una esnob, que rechazaba cualquier tipo de literatura comercial, y había tomado la decisión interna de solo leer libros con caché. Y hacer una lista de libros cuyos autores habían ganado el Nobel era la forma prepotente que buscaba. Te reafirma en esta posición de superioridad el ir tachando títulos leídos.

Thomas Mann, por supuesto, estaba en la lista, pero mientras que de otros autores podía tomarme la libertad de investigar qué libro de su bibliografía me llamaba más la atención, de Mann este ejercicio no puedes hacerlo porque La montaña mágica es EL libro. El libro que asocias al nombre del escritor alemán. Y dentro de mi prepotencia y mi afán de tachar nombres de la lista, reconozco que Mann siempre lo saltaba. No me asustan mil páginas, pero no era lo mismo leer mil páginas de Mo Yan con su realismo mágico y su narración entretenida que mil páginas de Thomas Mann, que no hace falta buscar información en internet ni leer la sinopsis para saber que se trata de un viaje espiritual, lleno de simbolismo y una narración al más puro detalle. Se olía desde fuera un viaje denso que requiere una preparación mental.

Han pasado años en los que lo he ido saltando de la lista: ufff, ahora no. A la próxima. No es el momento. Hasta que hace un mes me dio la neura y lo compré de forma impulsiva. Esto es como el deporte: si te da pereza ir al gimnasio, no des tiempo a tu cerebro de procesar este momento de pereza. Hazlo y punto. Y así fue. He tardado exactamente un mes y medio en terminarlo. Así que, después de posponer unos años la lectura pendiente, por fin puedo compartir mi reseña de La montaña mágica de Thomas Mann. A diferencia de otras veces, hoy me he permitido hacer una introducción más larga porque hace poco alguien me dijo que mi blog personal carece de este punto, precisamente, personal. ¿Qué distingue una reseña mía de la de otros? Pues aquí me encuentro, compartiendo también el proceso por el que llegué a esta lectura y todas las vueltas que ha dado.

Reseña de La montaña mágica de Thomas Mann

Cuando leí la sinopsis de La montaña mágica, me di cuenta de una casualidad extraordinaria. Hacía una semana había visto una película titulada La cura del bienestar.
Un joven y ambicioso ejecutivo de empresa (Dane DeHaan) es enviado para traer de vuelta al CEO de su compañía, que se encuentra en un idílico pero misterioso «centro de bienestar», situado en un lugar remoto de los Alpes suizos. En este centro, la concepción del tiempo, incluso del espacio, parece no transcurrir como siempre. (FilmAffinity). Volveremos a este punto más adelante.

Y ahora os dejo la sinopsis de La montaña mágica: Esta es la historia de Hans Castorp, un joven y modesto ingeniero que llega a un sanatorio ubicado en los Alpes suizos para visitar a su primo. La estancia que preveía corta se dilata en el tiempo y acaba formando parte de esta nueva forma de vida en la que se relativiza el transcurso del tiempo. Sentado en el balcón del sanatorio y envuelto en una manta, Hans reflexiona acerca de la vida, la muerte y el amor. El resultado es una de las grandes obras maestras de la literatura universal, que ofrece un retrato de la Europa de principios del siglo XX al mismo tiempo que hace una profunda reflexión acerca de la condición humana (Editorial Contemporánea).

Si leéis estas dos reseñas, ¿no diríais que es la misma historia? Porque yo tuve esta sensación, y lo primero que hice fue buscar si la película es una adaptación de la novela, pero resulta que no. Lo que Internet está de acuerdo es en la cantidad de puntos en común que ambas creaciones tienen. Me pareció una forma inrigante de empezar mi viaje.

La montaña mágica de Mann es una novela, claro está, aunque podría considerarse perfectamente un ensayo filosófico. Si bien es cierto que hay una historia principal y muchas subtramas, el peso del libro no es precisamente la acción, sino las reflexiones, la evolución de los personajes y sus pensamientos a medida que intercambian opiniones con otros clientes del sanatorio.

¿Cómo se hace una reseña de unas conversaciones delirantemente inteligentes? Son reflexiones sobre la vida, así en general, que solo podrían darse en dos situaciones: en un ambiente de espiritualidad y hecho ad hoc para el crecimiento personal, como es un sanatorio, o bien en el conticinio de la noche. Me recordaban a aquellas conversaciones que podías mantener a las seis de la mañana volviendo a casa, en esta época espléndida que es la universidad y tienes unas ganas enormes de comerte el mundo y ser diferente. Con el peso de tu cuerpo, los ojos cansados pero la mente despejada, un banco del Eixample era el lugar perfecto para mantener conversaciones existenciales mientras te comías un bocadillo.

Realmente el dónde y el cuándo tienen una gran influencia en los temas de conversación. Volviendo a La montaña mágica y a estos capítulos filosóficos, aparte de cubrirse temas abstractos como la vida y la muerte, la espiritualidad, el crecimiento personal e incluso el deseo (a través de personajes como Chauchat), sin duda, el gran tema del libro es el tiempo. La diferencia entre el tiempo “real”, aquel cronológico, el del reloj, y el tiempo psicológico. La subjetividad del tiempo.

Pero, sobre todo, lo que para mí es lo más destacable y brillante de la novela: la pausa del tiempo, su ritmo diferente, en lugares aislados y alejados de la sociedad (en este caso, el sanatorio en medio de los Alpes suizos). Quiero desarrollar este punto.

¿Qué recordamos de un libro pasados unos años después de leerlo? De forma general, solemos recordar la historia general, pero pocas veces seremos capaces de concretar nombres de personajes y detalles específicos. Lo que sí nos queda es la sensación de si nos gustó o no, de cómo nos hizo sentir. Si conectó con nosotros, si había partes que nos recordaban a nuestra propia vida. O quizás, a veces, simplemente queda una sensación.

Dejadme que mencione brevemente La república del vino de Mo Yan. Fue mi primera lectura del autor ganador del Nobel, y su realismo mágico me cautivó con esta lectura protagonizada por el alcohol. Aunque, la verdad, no recuerdo para nada de qué trataba. Recuerdo bautizar mi experiencia lectora como “El síndrome del lector borracho”. ¿Por qué? Puedo recordar que trataba de un viaje que oscilaba entre lo espiritual y lo delirante, y Mo Yan fue capaz de transmitir la embriaguez a través de las páginas. Recuerdo leer la novela con la vista nublada y la mente dando volteretas, y preguntarme a mí misma: ¿estoy borracha? Pero eran las siete de la mañana y estaba en mi cama. Mo Yan consiguió una experiencia lectora totalmente distinta a la que estaba acostumbrada, logrando que las páginas tuvieran también un grado de alcohol que iba in crescendo. En fin, podéis leer la reseña que hice en 2028 y donde califiqué el libro como “surrealista”.

El tiempo y Thomas Mann

¿Y cómo enlazo esto con La montaña mágica de Thomas Mann? Que el autor también ha conseguido crear una nueva experiencia lectora a través de sensaciones. En este caso no es el alcohol, sino el tiempo, lo cual se integra a la perfección en la naturaleza de la novela.

Cuando lees La montaña mágica, el tiempo no existe. Ni pasa más rápido ni más lento. No sé si lo habéis notado, pero cuando estáis dentro del agua el tiempo sí que pasa más rápido, como si estuvieras en otro mundo totalmente distinto. Recuerdo hacer inmersiones de buceo, volver a la superficie convencida de que habían pasado veinte minutos y la realidad es que llevaba una hora entre peces. Pero con esta lectura, simplemente, el concepto del tiempo se evapora.

Es una sensación extraña, acostumbrados a regirnos únicamente por la concepción mental del tiempo. Y si tienes una personalidad más bien rígida como la mía, ser capaz de desvincularse de algo tan magno como el tiempo es un logro extraordinario. Sin duda, es lo que me quedará de este viaje espiritual.

Y para terminar esta reseña, con alguna observación más objetiva y narrativa, me queda mencionar el duro despertar que te provoca la historia cuando estás totalmente ubicada en el casi onírico sanatorio y, de repente, te vienen flashes de realidad: no es un lugar ni un tiempo ficticio el de Thomas Mann, todo sucede antes de que explote la Primera Guerra Mundial. Y qué bien hace el autor lo de crear un microcosmos que parece estar ubicado en el País de Nunca Jamás, para explorar las grandes cuestiones de la vida europea moderna.

Ahora sí, para finalizar, un consejo lector: no es un libro para después de comer, en las horas aplatanadas del día. Puede que te inspire por la noche antes de ir a dormir o, como yo, disfrutarlo durante la primera luz del día, cuando la mente está más fresca y predispuesta a reflexionar sobre los grandes temas de la vida.

Gracias por leer hasta aquí y disculpad si me he excedido en lo personal, pero yo he disfrutado haciéndolo.

La montaña mágica de Thomas Mann.

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