2011. ETA anuncia el cese definitivo de las armas. Bittori decide volver, envuelta en mil recuerdos, al pueblo en el que asesinaron a su marido el Txato. Su regreso levantará recelos y suspicacias, también entre los que en un momento de sus vidas se llamaban amigos.
Estructurada sobre la historia de dos familias, la novela es una fotografía de la sociedad vasca en los años más fuertes de ETA, y también tras su desarme, cuando quedaban heridas que cicatrizar. Alternando el pasado y el presente, nos muestra con crudeza y lirismo instantáneas de la descomposición social, la fractura entre familias y amigos, los recuerdos y rencores de unos y otros hundidos en el arcano cenagal del alma.
Se trata de una novela ágil, que no pierde la tensión narrativa, hecha a partir de unos personajes bien construidos, con una particular manera descriptiva y un manejo de los tiempos verbales muy sugerente. Atrás y adelante, pasado y presente, la novela va saltando en los tiempos y en los personajes. Una pincelada aquí y otra allá componen un cuadro que sobrecoge. Las imágenes, los diálogos, las descripciones y los pensamientos van envolviendo sutilmente al lector de manera que acaba siendo uno más dentro de la historia. Trágica e introspectiva, deshoja con precisión cada una de las ramificaciones del conflicto, el personal y el social, el económico y el espiritual, para explicarnos su principal tesis, la necesidad del perdón como una vía superadora del conflicto. Pero no un perdón cualquiera, no uno, al menos, ñoño, de bisutería, de olvido y no me acuerdo. Sino un perdón profundo, que asume el dolor y el pasado, no reniega de él, y lleva a mirar hacia adelante.
“Llego el sábado siguiente. Las luces moradas, la música lenta: lo vio venir. No sé para qué se toma la molestia si le voy a dar de nuevo calabazas. Y se las pensaba dar, espejo querido, un sábado y otro, cada vez que se acercara a pedirle baile. Imaginó la pregunta, la expectativa reflejada en sus ojos, quizá un reproche o un gesto de decepción como desenlace de la escena, y por fin su espalda de galán fracasado al alejarse. Lo que Arantxa no previó es que un poco antes que él llegaría su perfume.
─¿Qué, bailas?
Siete meses después lo presentó a sus padres”
Otro punto fuerte del libro es el que quizás más pasa desapercibido en la prensa. Detrás de la historia trágica, del drama del terrorismo, se encuentran las personas. Con sus sentimientos, sus historias, sus anhelos. Personas que sienten y padecen, que se enamoran, que callan por miedo al que dirán, que recelan de los demás, que ríen y lloran. Porque en PATRIA no encontraremos vencedores ni vencidos ni escenas grandilocuentes, sino pequeños retales de unas vidas normales trastocadas por la violencia del terror.
Por otro lado, una de las grandes virtudes de Aramburu, el autor, es su capacidad de expresar con una imagen toda una escena. Le basta mencionar el olor de un perfume para mostrarnos el flechazo de un amor, o una simple onomatopeya en mayúscula (¡PAM, PAM, PAM!) para describirnos la crudeza de lo que acontece. Es una manera de escribir que no se circunscribe a una regla y que, sin embargo, no se hace pesado ni caótico, sino que es amable y ágil.
Conviene, antes de concluir, señalar otra de las cualidades del libro: su capacidad para adentrarse en la ambientación de la historia, para señalar como de pasada muchas situaciones que se dieron (y probablemente se siguen dando). El miedo al qué dirán, ser una persona en la calle y otra muy distinta cuando llegas a casa, las amistades rotas, el procurar que no me vean con ese, el tener que agacharte cada vez que coges el coche o mirar el buzón con precaución, los grafitis que surgían como de la nada señalando a una persona, etc.
Cuando terminé de leer el libro me preguntaron si era mejor persona después de leerlo. Respondí que no lo sabía, pero que desde luego me había transformado. Eso es lo que hacen las obras maestras. Transforman.
Foto principal: Magazine Digital