Esa fina línea, esa delgada frontera, ese filo afilado…. hacia el abismo de la ñoñería. Un asunto espinoso por el que no muchas obras de ficción saben avanzar con buen paso de funambulista. Muchas acaban cayendo en un abismo rosa y cuqui del que no se recuperan jamás. Lamentablemente, también es el caso de la mini serie tragicómica de dos temporadas escrita, dirigida y protagonizada por el cómico británico Ricky Gervais. Una lástima, con lo bien que iba…
El brillante creador de la magnífica serie original inglesa de ‘The Office’, comenzó esta miniserie de seis episodios en su primera temporada allá por 2019 (qué tiempos aquellos) con premisas que no podían apuntar mejores maneras, a saber: Un viudo profundamente trastocado tras la reciente muerte de su mujer, decide ‘autoconcederse’ el poder de decir y hacer lo que le venga en gana porque ya nada le importa. Fuera convencionalismos y concesiones sociales.
Lo mejor con diferencia es la forma de exposición: una retahíla de cortantes exabruptos sociales, sin caer tampoco en la grosería gratuita, sino como vehículo para ridiculizar las convenciones y ciertos comportamientos que damos por válidos simplemente por no entrar en conflicto. La utilidad de ciertas terapias psicológicas, la falsa amabilidad en las relaciones de trabajo, la discriminación estereotipada, la incompetencia laboral, las ganas de notoriedad social…
Nuestro protagonista trabaja en un periódico local gratuito que sirve de excusa para caricaturizar los aires de profesionalidad de la propia redacción y, sobre todo, plantear la vacuidad cotidiana en unos reportajes verdaderamente logrados, que soportan la mayor carga cómica de la serie y que sacan lo peor de la población local y de paso de nosotros mismos.
Todo iba bien. Una amarga acidez justa y necesaria para con unos comportamientos sociales a los que nunca debimos acostumbrarnos hasta que, poco a poco, la vara de funambulista empieza a ladearse hacia el peor lado posible. Nuestro protagonista empieza a darse cuenta (erróneamente) que no toda la población resulta detestable y que todos tienen su pequeño corazoncito. Lo que empezaba siendo retazos de sentimentalismo bien llevado (las conversaciones en el cementerio y en la residencia de ancianos, los vídeos de recuerdo de su difunta, su coqueteo con las drogas…) acaba derivando en un final de temporada propio de un anuncio de compresas. Infumable.
Así que de la segunda temporada ya ni hablamos y nos quedamos con el buen intento de lo que pudo ser y no llegó: una comedia ácida sobre la inutilidad de muchos de nuestros convencionalismos en forma de útil espejo donde identificar nuestros michelines. Termina de la forma más previsible y happy, pero no hay que desmerecer los buenos diálogos y puntazos cómicos que pueden rescatarse en ese camino directo al abismo. No pudo salvarse a tiempo, una pena.
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