Hoy os traemos la crítica del clásico La Casa Roja (1947), de Delmer Daves: la complejidad de lo sencillo
Para empezar, confieso que esta cinta me FAS-CI-NA (fas-cine). Su atmósfera y ambientación me atrapa absolutamente, corroborando además mi particular tesis por la que el cine clásico le da mil vueltas al actual, al menos en términos generales. Y me explico:
Cuando un cuadro lo reduces a sus líneas, a sus contornos, es cuando se ven las costuras y se aprecia el verdadero fondo. Cuando al arte del cine le quitas los efectos, los colorantes y edulcorantes, te queda el trasfondo y, si responde, estás ante una obra maestra. Un misterio, cinco o seis interpretaciones maravillosas y listo. El cine desnudo, en este caso triunfante y sin pudor que corretea por los campos sin nada que ocultar.
Así es la incursión en el cine noir de Delmer Daves, director más conocido por sus westerns y que en esta ocasión presenta un misterio sencillo pero magníficamente temporalizado, dando el ritmo que requiere para meterte de lleno en su bosque, al que entrarás, volverás junto al protagonista buscando refugio y regresarás para resolver su drama definitivamente. Entrar dando palos y solucionarlo todo de una tajada hubiese sido un error moderno. La cinta se toma su tiempo justo, sin perder su ritmo trepidante, amparado en el desarrollo de unos personajes magníficos y enfrascados en unas relaciones personales psicológicamente hipnóticas y freudianas. El espectador se encuentra preguntándose a sí mismo el porqué de esas interacciones humanas y cuando se quiere dar cuenta llega el brutal desenlace final.
Las interpretaciones son caso aparte, capitaneados por el mítico Edward G. Robinson al que nadie es capaz de chistarle lo más mínimo; le siguen Judith Anderson (la inolvidable señora Denvers de Rebeca) en su breve pero intenso papel; dos papeles masculinos del montón y dos jóvenes bellezas femeninas incontestables y absolutamente deslumbrantes (algo tiene que ver la iluminación y la dirección de actores también): no se puede estar más guapa que Allene Roberts y más exultante que Julie London (ojo, una de mis voces de jazz favoritas de todos los tiempos).
Un misterio, cronometrado con precisión y desgranado en su momento justo para tenerte atado a la pantalla, es sostenido mientras tanto con unas relaciones personales de lo más atrapante (ojo a la extraña relación hijo-madre del joven, o la de los dos hermanos protagonistas) y unas interpretaciones de órdago.
Cine desnudo bien contorneado porque no le sobra nada de grasa. Sanísimo su visionado.
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