Puede que se trate sólo de una impresión personal, pero parece que la repercusión de la serie de zombis por excelencia ha decaído bastante desde el impacto inicial de sus primeras temporadas. No aparece en los rankings de seriales de moda y ya no se anuncia su grabación ni lanzamiento con la pompa y boato que tienen las grandes producciones de esta nueva época dorada del formato.
Pueden leerse comentarios de espectadores que se desengancharon en la segunda (e infravalorada) temporada; otros que ni siquiera se acercaron por sus imágenes explícitas y otros que reprochan precisamente poca acción y demasiada lentitud en su trama.
Sin embargo, nunca es mal momento para reivindicar The Walking Dead como una de las mejores series del momento. Está conducida por el franco-húngaro Frank Darabont (responsable de Cadena Perpetua y otras dignas adaptaciones cinematográficas de Stephen King) y basada en los magníficos cómics de Robert Kirkman y Tony Moore (finalizados este pasado julio); más que nada porque su ‘infección’ y relativo ‘gore’ es sólo una excusa para presentar algo mucho más interesante y complejo: el desarrollo de sus personajes en tesis de supervivencia pura y dura. Una supervivencia que está explorada en muchas de sus vertientes, casi todas con acierto. Situaciones límites que convierten a personas vulgares en valiosos y hábiles guerreros que se debaten continuamente entre su necesaria degradación moral y los pocos principios que les quedan en un mundo sin ápice de ellos.

Vale que las bajas de los supervivientes que se van adhiriendo a veces resultan demasiado gratuitas; con caminantes que aparecen mordiendo de la nada y de repente; y vale que hay tendencia a la sobreactuación y a una intensidad a menudo exagerada y artificiosa.
Por el contrario, la madurez y evolución de los personajes está lograda; los recovecos de la trama están muy bien explorados, llenos de interesantes compromisos con los que poner a prueba a los protagonistas. Incluso es posible que su mayor logro esté en la confrontación precisamente con los no-zombis. Rivalidades internas por el liderazgo; granjas de desconfiados; gobernadores sádicos; científicos con sorpresas; bandas caníbales; pueblos de inexpertos inocentemente aislados… Cada exploración resulta una oportunidad apasionante para el desarrollo cruel e implacable de los protagonistas.
Como en los grandes hitos del género, los no-vivos, infectados o zombis corredores de fondo son sólo una mera excusa para poner al límite a unos personajes que evolucionan irremediablemente. En esta ocasión hay que entrar un poco en el juego, pasar por alto ciertas taras y disfrutar de lo lindo con unas ‘hipótesis de supervivencia’ que muerden y no te sueltan hasta convertirte del todo.

Si te ha gustado este post THE WALKING DEAD: por qué hay que reivindicarla como una de las mejores series del momento, no dudes en suscribirte a nuestro blog: