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Crítica EL ÚLTIMO ATARDECER de Robert Aldrich: un fabuloso western al uso pero a su vez muy atípico. #cineclásico

El Western no es mi género, vaya la confesión por delante (John Ford aparte, valga la rima). El prototipo general de cierto aire conservador y de tramas planas ha calado en mí de alguna forma. Sin embargo, me apasionan las cintas del oeste atípicas, aquellas en las que el formato es sólo una excusa para contar cosas bastante más complejas e interesantes. Me fascinaron y cuentan entre mis favoritas películas que son una mezcla rara y que decantan su balanza más del lado por ejemplo del cine negro (‘Conspiración de silencio’), la crítica política (‘El hombre que mató a Liberty Valance’), la venganza descarnada (‘Infierno de cobardes’), la relación vital maestro-alumno (‘Cazador de forajidos’) o incluso ciencia-ficción (‘Almas de metal’), misterio y terror (‘Lengua silenciosa’ o ‘Bone Tomahawk’).

Luego hay otras que no se separan tanto de los cánones, de los raíles marcados por el género y que, sin embargo, ofrecen un montón de cosas magníficas. Y sí, hay indios (casi en cameo, mencionados en una secuencia de segundos y de forma meramente simbólica); hay duelos al sol (pero con una carga mucho más argumental de lo habitual); conducción de rebaños para pasar la frontera; lazos tipo rodeo; pañuelos en el cuello; espuelas; machismo (apenas la bofetada de rigor y un ‘yo friego mejor que ninguna’ muy leve para la época); sheriffs y bailes a lo ‘no rompas más mi pobre corazón’.

Excusas. Excusas ante productores y ‘star system’ de la época para no descubrir a las claras un triángulo amoroso maravilloso y una trama con un giro espléndido; una historia de personajes en definitiva que no se reducen a blanco contra negro; una historia de miradas, de psicologías enfrentadas. La estabilidad frente a la aventura (a lo ‘Puentes de Madison’), el deber frente a lo personal, la pasión frente a la razón. 

Y como en toda cinta basada en personajes, los actores absorben esa energía psicológica, la almacenan y la emiten en forma de luz por cada uno de sus poros. El duelo interpretativo protagonista no necesita de revólveres. Kirk Douglas llena la pantalla as usual, como todo buen actor de antes con fondo y vivencias que transmitir; vs un Rock Hudson tremendamente creíble lejos de sus horripilantes comedias sesenteras con Doris Day.

Es que incluso el director de ‘¿Qué fue de Baby Jane?’ parece soltarse técnicamente en la segunda mitad de la cinta. Es como si hubiese dejado satisfechos a productores y demás para dedicarse después a experimentar en su tramo final. Encuadres imposibles, planos-contraplanos trepidantes en el duelo, juegos con el sonido y su ausencia…una pasada. 

En resumen, un fabuloso western al uso pero a su vez muy atípico, centrado más en el contenido que en las formas, con un guión de personajes y posturas vitales enfrentadas en un duelo sin cuartel con el que ningún espectador saldrá ileso

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