A meses vista del estreno de su adaptación cinematográfica, os traemos la reseña de Mujercitas, el clásico de 1868.
«Hay un libro en el que creí ver reflejado mi futuro: Mujercitas, de Louisa May Alcott… Yo quería a toda costa ser Jo, la intelectual. Compartía con ella el rechazo a las tareas domésticas y el amor por los libros», comentaba en una ocasión de Simone de Beauvoir, icono feminista del siglo XX.
Mujercitas va mucho más allá de ser un libro ñoño, como nos puede hacer creer el cliché impuesto o el comentario fácil, no es tampoco un comentario más o menos instructivo para «señoritas delicadas», ni tampoco un libro de hadas. Es cierto que hay un cierto tono moralizante, sí, pero recordemos que May Alcott, la autora, que se vio obligada a escribir bajo el seudónimo de A.M. Barnard algunas de sus novelas, fue una mujer comprometida con el abolicionismo o el sufragismo. Nunca he entendido que el principal propósito de la novela fuese precisamente moralizante.
La novela cuenta la historia de cuatro hermanas criadas únicamente por su madre (el padre permanece ausente por una guerra de la que apenas se hace referencia en el libro). Poco a poco, según pasan las líneas, irán dejando la infancia para pasar por la adolescencia en su camino a la edad adulta. Todo con sus traumas, sus anhelos, su enfrentamiento a la pobreza y a los clichés, sus enamoramientos.
Las primeras páginas del libro es verdad que resultan costosas, porque es evidente el propósito moralizante que comentábamos, pero, superada esa fase (unas cien páginas), es difícil evitar enamorarse de los personajes: la tierna Beth, la loca Amy, y, sobre todo, la independiente e indomable Jo.
Antes se decía que era un libro indispensable para la formación de las niñas. Viendo cómo está el panorama, es preferible que corrijamos el dicho. Es un libro que resulta necesario para todo hombre.
Añadamos una nota importante: tradicionalmente en Europa el libro se ha comercializado con la segunda parte. Hay editoriales que, por lo que sea, deciden prescindir de esa segunda parte. Pienso que así el libro queda cojo y, efectivamente, ñoño.
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