Hoy traemos la reseña de El Señor de las Moscas, una profunda reflexión antropológica y política en una novela sencilla.
El señor de las moscas, la novela, publicada en 1954, fue uno de los motivos que encumbraron a William Golding hacia el Premio Nobel de Literatura. Y es que, pese a ser una novela aparentemente sencilla, el libro se ha convertido en un campo de batalla filosófico y político. ¿Es el hombre un lobo para el hombre? ¿Son las normas, las leyes, lo que nos mantiene con vida? Empezamos la reseña de El señor de las moscas.
La novela narra la historia de un grupo de niños que acaba en una isla desierta tras un accidente de avión. Todo comienza siendo una gran aventura, incluso divertida, en la que no hay adultos que vigilen. Sin embargo, el pequeño grupo feliz pronto empieza a vislumbrar la necesidad de otorgarse unas normas. Un ejemplo claro es la caracola (solo quien tiene la caracola puede hablar en la asamblea). También, nombran a un jefe, se asignan turnos para mantener encendida la hoguera, etc. Tras un tiempo, surgirán las primeras disensiones en el grupo, los recelos, la envidia…
El señor de las moscas es una novela, pero es también una profunda reflexión, una fábula moral y social, incluso democrática. ¿Es el hombre un ser bueno por naturaleza o un peligro para los de su propia especie? ¿Son necesarias las normas o son algo artificial? ¿Qué cualidades se necesitan para gobernar con acierto? ¿Qué es antes: la sociedad o el ordenamiento jurídico? Golding hace examen sobre la necesidad de darse unas normas, sobre el respeto a los símbolos, y analiza como la desobediencia a unas y la displicencia con otros, conduce al caos, la destrucción y a la ley del más fuerte.
Resulta curiosa, por ejemplo, la idea de ejercicio del poder que mantiene Golding. No es suficiente solo ser bueno, sino también la firmeza del líder. Y al revés, de nada sirve la firmeza si no viene con la contraprestación de la bondad.
Hay una conversación que, de entre todas, puede sintetizar el pensamiento que transluce El señor de las moscas.
“─Tenemos que cuidar del fuego, ¿es que no se dan cuenta? Ahora tienes que ponerte duro. Oblígales a hacer lo que les mandas.
Ralph respondió con el indeciso tono de quien está aprendiéndose un teorema.
─Si toco la caracola y no vuelven, entonces sí que se acabó todo. Ya no habrá hoguera. Seremos igual que los animales. No nos rescatarán jamás.
─Si no llamas vamos a ser como animales de todos modos, y muy pronto.”
En el fondo, no es más que volver sobre aquella reflexión que se hacía Maquiavelo. ¿Qué es mejor para un gobernante? ¿Ser temido o amado? ¿No será, acaso, una conjunción de ambas virtudes?
Un apunte más: Belzebú, uno de los nombres con los que se llama al demonio, significa en hebreo “Señor de las moscas”. Puede que la novela no sea más que una reflexión sobre la lucha entre el bien y el mal en el corazón del hombre.
Lógicamente, el libro da para profundizar ampliamente. Basta una sencilla lectura a todas las publicaciones que hay sobre el tema para darse cuenta. ¿Qué es el hombre? ¿Qué es el bien? ¿Qué es el mal? ¿Existe una naturaleza del hombre? ¿Existe una naturaleza de la sociedad? ¿Puede existir el hombre sin la sociedad?
Y ahora la nota negativa. Sin embargo, siendo la historia magnífica, se echa de menos una mejor manera de narrarla. En ocasiones da la impresión de que la acción transcurre más en la cabeza del autor que en las propias páginas. Le falta un punto de transmisión, de contar lo que ocurre. O, quizás, es consecuencia de la traducción que leyó el que esto escribe. Vivan los buenos traductores, en todo caso.
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