Todavía recuerdo aquella impactante primera temporada, con aquel primer episodio del Presidente y el cerdo. Fue motivo de conversación durante semanas en las clases de la Universidad, motivo de reflexión sobre el poder y el avance tecnológico. Al fin y al cabo, este era el objetivo de Black Mirror cuando se lanzó, objetivo que poco a poco parece haberse difuminado.
Durante las siguientes temporadas y los episodios especiales, el nivel se mantuvo bastante bien, con algún episodio más o menos flojo pero la esencia seguía allí. La calidad de la serie ha ido decayendo gradualmente, muy poco a poco, pero ya empezó a chirriar definitivamente con la película interactiva que generó gran expectación entre los espectadores pero que, finalmente, fue más decepción que otra cosa. Una buena idea pero no bien ejecutada: así lo recordaremos.
La semana pasada salió la quinta temporada: tres episodios que prometían con un casting de lo más atractivo. Andrew Scott, Anthony Mackie y Miley Cyrus, cada uno de ellos protagonistas de uno de los episodios.
Vamos a analizar brevemente cada uno de los episodios:
El primer episodio parte una idea bastante potente: la evolución de los videojuegos y como tu, como jugador, puedes involucrarte al cien por cien. Una nueva versión del Tekken donde puedes ser tu mismo el luchador y sentir el dolor de las patadas. A partir de aquí, viviremos una especie de historia pasional entre los dos amigos, quienes encuentran en este juego un refugio donde tener sexo. Mientras uno lo ve más como una versión mejorada del porno, otro lo percibe como una infidelidad a su mujer y estos encuentros empiezan a afectar su relación. Al final del episodio, sorprendentemente, la mujer acepta esta relación virtual con el amigo una vez al año mientras que ella disponga del mismo derecho y pueda salir con otro hombre la misma noche.
El segundo episodio nos presenta a Chris, un hombre muy tarado que secuestra a un becario de una empresa creadora de una aplicación parecida a Twitter. Quiere hablar como sea con el jefe de la empresa y la lia parda: amenaza con matar al chico y el episodio va básicamente de qué hará con él mientras que diez coches de policía lo rodean para intentar solventar la situación. Predecible desde el minuto uno, Chris sufrió una pérdida debido a esta aplicación de móvil: ¿accidente de tráfico? ¡Bingo! Se siente culpable por la muerte de su mujer, quien iba de copiloto cuando él tuvo un accidente de coche por culpa de mirar el móvil. Una muy buena actuación de Andrew Scott que no está a la altura del desenlace del episodio.
El tercer episodio, que también ha sido el más criticado, yo creo que es el más acertado de la temporada, porque aunque el hilo argumental chirríe un poco, la esencia de Black Mirror vuelve en este episodio. Una estrella super-pop llamada Ashley O, idealizada por adolescentes, vive en una depresión constante por tener que fingir siempre ser quien no es, no poder cantar lo que a ella le gustaría, bla bla. Típica situación. Su manager, asustada de no poder controlarla más, la sumerge en un eterno coma y gracias a la tecnología, el equipo puede extraer las notas musicales que Ashley compone en sus sueños y así seguir fabricando nuevas canciones. Ashley O ahora pasa a ser Ashley Eterna, convertida en el primer holograma más perfeccionado del mundo, para poder estar siempre presente en conciertos y presentaciones, y satisfacer sin quejas las necesidades del mercado (y seguir generando mucha pasta).
Este episodio sí que hace reflexionar al espectador: cuando la fama, el dinero y las necesidades del mercado van por delante de una vida humana. Cuando puedes deshacerte fácilmente de una persona porque es tecnológicamente reemplazable. Además, tiene este guiño también al mundo influencer de hoy en día, donde niñas de 15 años idealizan a bloggers e instagrammers, quienes a su vez fingen llevar una vida perfecta llena de positividad. Nos muestra la realidad detrás de estas personas.
El problema de la nueva temporada: las consecuencias catastróficas de la tecnología.
La esencia de Black Mirror era este poder de reflexión que sus episodios albergaban. Se nos presentaba una situación, una distopía más o menos reciente donde la tecnología había avanzado y las consecuencias catastróficas que esta evolución suponía. Algo parecido al tercer episodio de la quinta temporada, el cual insisto que es el que más respeta la esencia de la serie.
Hay dos diferencias clave en esta quinta temporada en comparación al resto, sobre todo las primeras, las que consiguieron alzar la serie: el foco en el avance tecnológico y el final catastrófico. En la última temporada el foco recae en historias humanas (la tecnología ya no es la principal protagonista) y un final más o menos feliz.
En el primer episodio, por ejemplo, teníamos una idea buena pero se hubiera tenido que potenciar más el videojuego en si y no tanto el raro triángulo amoroso. Por supuesto que el episodio tiene que dejarnos una lección y las personas son los agentes protagonistas para transmitir el mensaje, pero si nos paramos a pensar… ¿Qué lección nos deja el primer episodio? El poder tecnológico no es tan fuerte y se percibe más como algo «positivo»: la aceptación del juego virtual en la relación de pareja, no hay un desenlace fatal como pasaba en los anteriores episodios. Es una reflexión, sí, pero nos falta el mindblow que caracterizaba los otros episodios. Nos deja un sabor agridulce este desenlace feliz donde ambas partes están satisfechas. La tecnología queda en segundo plano, no ha habido una consecuencia fatal.
Esto es más evidente en el segundo episodio, el cual clasificaría como uno de los peores de todo Black Mirror. La historia está bien e insisto que Andrew Scott lo hace fenomenal, pero no pega para nada con la esencia de la serie: un accidente de tráfico porque Chris iba mirando el móvil. Esto no es el futuro: esto es el presente. Ya está sucediendo ahora y no es nada nuevo. El papel de Black Mirror es explorar situaciones futuras y aquí no lo ha conseguido. El foco del episodio recae, de nuevo, sobre la historia de Chris y olvidamos el elemento catastrófico tecnológico. No tiene ningún sentido este episodio.
Finalmente, el último episodio sí que nos presenta una situación extrema donde la tecnología es protagonista. Por ahí bien. Quizás en este episodio lo que falla más es la trama -hay demasiadas cosas que confunden al espectador- y el desenlace: llamadme catastrófica pero lo bueno de los finales de Black Mirror era que la tecnología siempre ganaba y nos presentaba un final trágico para los personajes. Quizás hubiera sido más interesante explorar otro camino, como el del futuro de Ashley Eterna si finalmente el holograma hubiera salido adelante, y olvidar este momento de las dos adolescentes al rescate de la cantante.
En resumen, una lástima que se pierda la esencia de la serie. Hay muchísimas ideas para ejecutar todavía, que hasta a mi se me ocurren en mi tiempo libre, y honestamente me sorprende que los creadores no hayan podido llegar a más. Habrá que ver cómo evoluciona y si se toman en serio el feedback de los espectadores, el cual no ha sido nada bueno.
[…] Black Mirror nos atrapó en su momento por diseñar un futuro cercano muy posible, un futuro condicionado totalmente por la evolución de las herramientas tecnológicas. Sus episodios nos inquietan porque pensamos que todo lo que sucede puede pasar a ser nuestro día día, pero aun así, en el fondo, todavía lo vemos muy lejos. En cambio, el futuro que te dibuja Years and years está sucediendo ahora mismo. Por este motivo es una serie muchísimo más terrorífica que nos deja con un profundo desazón. […]