Mantengo la extraña teoría personal que, el mejor cine de ahora mismo (casi oxímoron), probablemente se esté realizando en Argentina y Corea del Sur. Una hornada de magníficos directores se esfuerza en cada uno de estos cinematográficos puntos cardinales por ofrecer apuestas diferentes, íntimas, y sobre todo basadas en grandes historias de fondo.
Una de las más afiladas ‘punta de lanza coreana’ es Park Chan-Wook, que comenzó a hacerse notar en occidente con la magnífica ‘Trilogía de la venganza’ y más concretamente con la imprescindible ‘Old Boy’ (de las mejores historias de venganza de todos los tiempos y que mejora ostensiblemente el manga de origen. Omitiremos por pura vergüenza ajena el remake yanqui). Tras su apreciable periplo vampírico (‘Thirst’) y star system norteamericano (‘Stoker’), de los que salió bastante más ileso de lo esperado, presentó hace tres años esta historia basada en la novela ‘Falsa identidad’ de la británica Sarah Waters.
Estructurada en tres partes diferenciadas, cuenta un mismo relato desde distintos puntos de vista; aportando giros y sorprendentes novedades desde cada uno de ellos a lo ‘Rashomon’, o incluso ‘Pulp Fiction’ en su magistral bordado y entrelazado. Ambientada en la Corea ocupada por los japoneses a primeros del siglo pasado, Wook vuelve a desplegar todo su abanico de pulsiones fetichistas, brutal violencia y retorcidas relaciones carnales.
Además de un alarde visual de localizaciones, vestuario y encuadres que son poesía pura y una lección de clase y estilo; además de unas interpretaciones luminosas y encendidas, hay un plan. Un plan de robo, venganza y romance en los que sumergir cual barreño la cabeza del espectador hasta dejarlo sin aire. La película te coge por los pelos y te deja respirar fuera de su historia unos instantes para luego volverte a sumergir una y otra vez en su deliciosa angustia líquida. El dulce colocón con el que termina su visionado deja su impronta durante horas como al cerrar los ojos tras mirar fijamente la luz de una vela. Hay secuencias de las que uno no se sacude fácilmente. Pocas veces (nunca) se rodó así la lectura de un relato erótico, . Desearás que no hubiese acabado nunca, que se olvide todo lo visto para sorprenderte de nuevo y descarriar en alguna de sus curvas de guión… Desearás ahogarte definitivamente en su barreño, vivir por siempre en su líquido y muy húmedo elemento.
Maravillosa es poco, cautivadora es menosprecio, sorprendente es decir nimiedad…, obra maestra es infravalorarla. El cine aquí vuelve a ser lo que nunca debió dejar de ser: toda una experiencia.